lunes, 26 de septiembre de 2011

El Papá de M

Es raro sentir lo extremadamente contrapuestas que han sido, por un lado, las cosas personales que me ocurrieron la semana que pasó, frente a (por otro lado) mi realidad como ciudadano, como integrante de esta sociedad a veces tan normal y buena; pero a veces tan enferma y cruel.

Hace solo unos días una niña murió violada y estrangulada por su padrastro, quien la dejó con una perforación en el intestino grueso y el páncreas destrozado. Un par de días después, en Cajamarca, tres de los niños más pobres del país mueren envenenados luego de comer la ración que reciben del Pronaa, al parecer mezclada con algún pesticida.

Y el domingo, cuando aún no terminaban de secar las lágrimas en los ojos de los deudos de los casos anteriores, una familia en Lima recibe la noticia de que su hijo, que fue a ver un partido de futbol, ha muerto luego de que su cráneo se destroce en el piso de un estadio porque unos malditos salvajes lo lanzaron desde una altura de más de diez metros por ser hincha del Alianza Lima.

Como bien saben, tengo una hija. Una princesa preciosa a quien protejo y cuido con todas, absolutamente todas mis fuerzas. A quien alimento, a quien le leo cuentos, a quien hago reír. Por quien tuve la previsión de  buscar, esperar y lograr estar con una mujer que, sin duda alguna, es una gran, super mamá. Una niña que hizo que dos personas se conviertan en familia, y que dos familias se conviertan en solo una al rededor de ella, y para siempre. Una niña que es el motor y la razón de todo, como seguramente lo han sido esas personitas que ahora están enterradas dejando tras ellos una eterna desolación y desconsuelo en sus padres.

Hasta la semana pasada, les cuento que hablaba con una amiga sobre los riegos que corre M por ser mi hija o hija de su madre. De las malas vibras que puede recibir porque, de hecho, hay gente que odia, detesta, no soporta a sus padres.

Y me quedó la duda, la pregunta suelta y rebotando en mi cerebro sobre la posibilidad de que gente mala o simplemente malintencionada lea este blog, se entere de detalles que pueda usarlos para joder en algún momento, personas que solo quieran satisfacer su morbo de saber qué pasa en la vida ajena (la mía, la de mi hija y la de las personas más cercanas que nos rodeen).

Confieso que no sé como retroceder y prevenir en ese sentido. No sé si pueda evitarlo. No creo que deba dejar de escribir. No creo que deba dejar de publicar, pero sí debo proteger siempre a mi pequeña... y lo haré. Pero ya no usaré su nombre, aunque a muchos les parezca una medida pequeña, inúltil, tonta.

Seguiré contándoles sobre mi experiencia de papá soltero; pero sepan todos, tengan siempre presente que, cada vez que la mencione sin escribir las siete letras de su hermoso nombre, es porque quiero protegerla y así lo haré. En este blog de manera simbólica, pero de todas la maneras en el día a día. Y le pido a Dios me ayude a lograrlo, le ruego que la cubra.

Hago entonces el anuncio, de manera oficial y firme, que a partir de hoy seré el Papá de M. Y le extiendo mis condolencias (si acaso es posible) a todos esos padres que han tenido la inconmensurable desgracia de perder lo que más (lo único) queremos en esta vida.

jueves, 22 de septiembre de 2011

BENEFICIOS

Creo que he descubierto que ser "Papá Soltero" tiene dos grandes, importantes y acaso únicos beneficios:

El primero, indudablemente, es ser Papá.
Y el segundo, de todas maneras, es ser Soltero.

P.D. En un próximo post les hablaré de los PERJUICIOS, que no son pocos.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Baño de Damas

Siempre tuve dificultades para desarrollar mi fé en Dios. "Ver para creer", era mi lema hasta que, bueno, me tocó empezar a salir con M. Los dos solos por la ciudad en el auto, luego los dos solos caminado por centros comerciales. Solo los dos en el Parque de las Leyendas, en el DiverCity, en la Ciudad Feliz. Solo ella y yo buscando "tesoros" en las playas de la costa verde.

Solo ella y yo. Yo feliz y orgulloso, atento, chistoso, protector, apelando a la paciencia que nunca he tenido y sacando fuerzas (que tampoco tenía) de mi esmirriado cuerpo para cargarla siempre en los hombros, para subirla al jamping, para darle de comer mientras le froto sus piececitos en un restaurante.

Es entonces que redescubrí mi fé en Dios; pero antes de explicarles cómo sucedió debo detallarles que M, como todo niño, prioriza su juego ante absolutamente todo. Jamás dejará de jugar en su carpa-castillo con sus princesas para ir a contestarle el teléfono a papá. Jamás dejará de contar los cangrejos que la amenzan con sus tenazas en un caballito de totora en Pimentel para contestar la llamada de su mamá. Jamás dejará de corretear a su perrito Loui en el parque para ir al baño. Tampoco dejará de comer sus papitas fritas embadurnadas en ketchup para hacer pila.

Eme siempre dirá, ya desesperada, apretando las piernas o saltando compulsivamente en una de ellas, con el ceño fruncido, con la voz casi convertida en llanto... que quiere ir al baño a solo segundos (o milímetros) de que su pila sea expulsada de su cuerpo. Es entonces que yo, tan o más desesperado que ella, la cojo con un brazo mientras me abro paso con el otro por entre las sillas de un restaurante, por entre la gente de un centro comercial, por entre las jaulas del Parque de las Leyendas, por entre los conejos y las gallinas de la Granja Villa, hasta encontrar un baño. De hecho siempre lo encuentro, pero en el camino rezo con mucha, muchísima fe para encontrar vacío el BAÑO DE MUJERES y meterme ahí para que mi bella y encantadora hija desague.

Comprenderán ustedes que el baño de hombres no es apropiado para una niña, siempre es más sucio y los señores están, pués, con los genitales al aire. ¡Y ni hablar...! Pero sorpresivamente, mi fe en Dios funciona. Él, en su inmensa bondad y su inacabable perdón, siempre me ayuda, me hace caso, escucha mis súplicas. Aunque debo decir que, a veces, no encuentro libre el baño de damas. Esas pocas ocasiones las tomo entonces como un pequeño, mínimo, castigo divino. La verdad es que no maldigo... bueno, sí, un poquito; pero no a Dios (obviamente), sino a los dueños, administradores, gerentes y empleados del lugar que no piensan en los muchos papás solteros que habemos en el mundo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Papito, no estás en tu cama.

Aquella mañana me despertó el espantoso sonido de mi celular "chinito". Ni si quiera tiene marca. Medio dormido, estiré el brazo y lo llevé hasta mis ojos. Sonreí. Era Mimi, la nana de M. A esa hora de la mañana, esa llamada no significaba otra cosa que mi princesa quería hablar conmigo y le había pedido a su nana que me timbre al móvil.

Devolví la llamada inmediatamente al teléfono de casa, la voz de Eme ingresó por mis oidos como un torrente de vida y se desperdigó por mi cuerpo hasta llegar a mis brazos y piernas con tal fuerza que me obligó a estirarme. La flojera y el sueño salieron de mi cuerpo por mi boca y mi voz, hecho que M evidenció rápidamente

"¿Porqué hablas así, papito?". "Mi amor, es que me estoy estirando... recién me despierto", le expliqué. M tardó unos segundos en volver a hablarme. "¿Eme? ¿Princesa, esta ahí?".
Ya más decidida y sin saberlo yo hasta ese instante, M se lanzó a enfrentarse con una realidad que le duele tanto o más que a mí; pero valiente ella, lo hizo.

Con un inusual énfasis y una entonación muy particular, preguntó: "¿Papito, dónde estás?".
Y yo, torpe y sin capacidad de sospechar siquiera nada, le respondí. "En mi cama, hija, despertándome recién".

"¿En tu camaaaaaa?", remarcó. Entonces eché cuenta que la bella y suspicaz M me había descubierto, a mí y a su madre; pero sobretodo a su nueva realidad. Me quedé mudo, sin saber qué decir. "¿En tu camaaaaaa, papi?", insistió. Casi inconcientemente y tartamudeando, creo que le dije que sí, que estaba en mi cama.

Mientras le respondía, recordé inmediata y fotográficamente la que ahora ya no es mi casa, la disposición de los muebles que hay en ella. Recordé que desde el rincón de la sala donde está el teléfono, a lado de las fotos familiares de la familia que éramos, casi debajo del televisor... Desde ese rincón se puede ver directamente la puerta de la habitación que hasta hace poco compartí con su mamá. Y recordé también que, con solo tener la puerta de esa habitación entreabierta, la cama que M reconocía como mía (y de su mamá, claro está) aparecía completa.

"¿En tu camaaaaaa,-papi?"... insistió Eme. "Esteeee, sí, hija", le respondí al verme ya descubierto. Y M refutó: "Papi, pero si yo estoy viendo tu cama y ahí no estás...".

Nunca en mi vida me he quedado tan paralizado como en ese instante. Creo que algunas lágrimas tuvieron que escapárseme por mis poros pues intenté contenerlas con toda mi fuerza. Mi garganta parecía atragantada con una vaca y mi corazón se hizo chiquito chiquito. Hasta que Eme intentó ayudarme.

"¿Papi?... Papi, no estás en tu cama, no mientas, ah... ¿Papito? ¿No me escuhas?. ¿Papi, estás con gripe? ¿Quieres que te de papel para limpiarte tus mocos?".

Aquél sábado llegué a ver a M horas más tarde, como casi todos los sábados. Desde entonces y desde siempre la amo con todas mis fuerzas; pero sobretodo la respeto con todo mi amor.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Hoy

Decididamente ya soy y seguiré siendo un papá soltero. M es el nombre de mi princesa y espero poder registrar aquí todo lo que me ocurra junto a ella. Ella es acaso sin duda mi mayor proyecto de vida, el más importante, el mejor.